jueves, 2 de febrero de 2012

Escritura Automática 72


Me seguia deslizando hacia adelante. La ley de la gravedad apretaba., y mi pobre claridad mental quedaba anulada ante semejante situación.
Tumbado en la nieve, empecé un ligero silbido, que pronto se tornó en una pequeña lluvia de escarcha.
Mis labios morados no podían ni besar el aire. El vasto cielo, de azul violento, me hacía sentir minúsculo, una sensación que creí no poder interpretar lejos de la ciudad.

Seguí andando. Mis huellas profundas se iban desfigurando.. Al compás del viento, me sentía frio, pero mi cuerpo temblaba como una gelatina acabada de servir.
Un ágil cervatillo se cruzó en mi camino, me miró y siguió triscando, ignorandome, dejándome atras, como una estatua temblorosa.

Se perdió como el rastro d eun avión en el cielo, difuminandose, poco a poco, a lo lejos. Busqué la solución inmediata rebuscando en mis bolsillos. Unas cuantas monedas y las llaves de una casa desconocida.
Tomé el lento autobus de la linea 45, me dejó casi en la puerta, metí la llave y entré.

Mis convicciones, no me servian, mis sentidos, no los encontraba, solo quería seguir deslizándome.

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